Adoración a los Apus

ADORACIÓN A LOS APUS

El camino sigue su curso ascendente hacia las nubes, mientras la tierra gana en aridez para dejar paso sólo a aquella vegetación que se adapta a los zarpazos del frío, y que adopta un tono pajizo y uniforme como espuma coloreada por el ámbar. Estamos ante la inhóspita Puna, abrupta y desierta, tan semejante al paisaje lunar. Un entorno que forma parte de la Reseva Nacional de Aguada Blanca y Salinas, cargada de mitos y leyendas.
Porque en este parque de más de 350.000 hectáreas se concentra toda la magia de los 'apus', esas montañas a las que las antiguas civilizaciones incas consideraron deidades poderosas.
Los 'apus' -en quechua, 'espíritus protectores'- regaban la estación seca con las aguas provenientes de sus cumbres, y este 'milagro' de la naturaleza merecía toda adoración. Cuentan que, entre los múltiples ritos, figuraba también el 'capac cocha' o sacrificio humano, del que existen pruebas irrefutables. La más reciente, la de la momia Juanita, descubierta hace diecisiete años en la cima del volcán Ampato: una niña inca sacrificada hace siglos en honor a este elevado 'apu', y cuyo cuerpo embalsamado se exhibe en un museo de Arequipa.
Además del Ampato (6.380 metros), otros 'apus' recortan el horizonte, como el Misti (5.825), cuyo nombre es 'señor' en aimara; el Chachani (6.075), que es 'mujer vestida' en quechua; o el Pichu-Pichu (5.664), que quiere decir 'pico-pico' en '' cualquiera de estas lenguas indígenas. Tres volcanes por los que, según relata la fábula, aún puede verse el rastro de las procesiones que rogaban el fin de su cólera.
En este baño de paisaje inabarcable, y antes de llegar a Chivay -el pueblo principal del valle-, la ruta se abre paso entre manadas de vicuñas pastando en los arbustos amarillos. Un animal codiciado por la fina fibra de su pelo, de la que solamente un kilogramo puede costar 400 euros. Mullidas, rechonchas y adornadas con bandas de colores, mucho menos sofisticadas resultan sus hermanas domésticas, las llamas y la alpacas, de las que además de su lana, se utiliza también su carne. Todas, junto con el guanaco, conforman el cuarteto de camélidos sudamericanos que pueblan el Valle del Colca. A este último, similar a la vicuña pero con el rostro negro, se le llama el terrorista de los Andes.
Chivay, con su puente de trazado preincaico, su iglesita del siglo XVIII y sus cercanas aguas termales -los baños de La Calera, a los que los incas revistieron de un poder mágico por sus propiedades curativas-, supone el primer encontronazo humano. No será el último, sin embargo.
Comunicados por caminos de herradura y en ambas márgenes del río Colca, unas 70.000 personas habitan el valle, repartidas en catorce pueblos y aldeas que disponen de luz y agua corriente sólo desde hace muy poco y que viven y sobreviven con las labores del campo. Pobladores que mantienen intactas sus costumbres ancestrales, las mismas que practicaban antes de la conquista y a las que añadieron después influencias españolas. Sólo hay que dar un paseo por los pequeños caseríos de Yanque, Maca o Coporaque para adentrarse en la vida sencilla de estas gentes que siguen adorando a los 'apus' con 'apacheta's -montoncitos de piedras- y sacrificios de alpacas -ya nunca de humanos- y que van los domingos a oír misa a sus ornamentadas iglesias coloniales.
Cuentan las crónicas que todos ellos descienden de dos grupos étnicos muy distintos que habitaron estos territorios desde los tiempos más lejanos: los collahuas, que hablaban aimara y decían proceder de las entrañas del volcán Collaguata, estrecho y alargado; y los cabanas, de lengua quechua, que eran hijos del nevado Hualca Hualca, plano y achatado. Grupos que deformaban con tablillas sus cráneos en función de sus adoraciones (ovalados los collahuas; aplastados los cabanas) y que hacían de este rasgo su seña de identidad.
Por suerte, en 1540, Pizarro cambió está costumbre de la deformación craneana para marcar la diferencia étnica de manera menos salvaje: con simples sombreros (de fondo blanco, estampados y abombados para los collahuas; negros y aplanados para los cabanas).